Javier Moscoso: El insulto

La esfera política, en tiempos recientes, se ha sumergido en un mar de vitriolo y acritud, convirtiéndose en un escenario donde los insultos reaccionarios y los rebuznos progresistas parecen ser los protagonistas. Estas formas de expresión, cargadas de fanatismo y pasión desmedida, son una manifestación de una pasión miserable que hace más daño que bien al tejido social y político.

Un fenómeno destacable en este contexto es lo que se podría denominar con cierto temor como la ‘jibarización de la injuria‘. Este término, que no pretende emitir un juicio de valor sobre ninguna práctica cultural, se refiere a la tendencia de reducir los insultos a su expresión más básica y cruda, eliminando cualquier matiz o sofisticación. Es una consecuencia absurda de la nueva cursilería política, que parece valorar más la agresividad que la inteligencia o la diplomacia.

La imagen que ilustra este fenómeno es de Nieto, un reconocido caricaturista, cuyo trabajo aporta una visión crítica y satírica de la realidad política y social. Su obra, que a menudo se centra en los aspectos más desagradables y controvertidos de la política, ofrece una lente a través de la cual se puede examinar y cuestionar la retórica y los actos de los políticos.

El insulto, tanto en su forma reaccionaria como progresista, es una herramienta que se utiliza para deslegitimar y deshumanizar al adversario. En lugar de ofrecer argumentos racionales y basados en evidencias, quienes recurren a esta táctica buscan ganar el debate mediante la humillación y el menosprecio. Sin embargo, este tipo de comportamiento solo contribuye a la polarización y a la división, en lugar de fomentar el diálogo y el entendimiento mutuo.

El insulto reaccionario, por ejemplo, tiende a provenir de aquellos que se oponen a los cambios y reformas sociales y políticas. Estos individuos, a menudo motivados por el miedo al cambio y un apego a las tradiciones y normas establecidas, utilizan el insulto como una forma de resistencia y protesta. Sin embargo, este tipo de reacción, en lugar de abordar las preocupaciones legítimas y los problemas reales, solo sirve para perpetuar la discordia y el resentimiento.

Por otro lado, el rebuzno progresista proviene de aquellos que buscan instigar cambios y reformas radicales en la sociedad. Aunque estos individuos pueden estar motivados por la búsqueda de la justicia y la igualdad, su recurso al insulto y al vituperio socava su causa y desacredita sus argumentos. Al igual que el insulto reaccionario, el rebuzno progresista no contribuye a la construcción de un diálogo constructivo y respetuoso, sino que más bien alimenta el fuego de la división y la hostilidad.

En resumen, tanto el insulto reaccionario como el rebuzno progresista son formas de expresión que reflejan una pasión miserable y un fanatismo desmedido. Lejos de fomentar el diálogo y el compromiso, estas actitudes solo sirven para alimentar la división y la polarización. Es necesario que todos, independientemente de nuestras afinidades políticas, nos esforcemos por elevar el nivel de la discusión política, rechazando el insulto y la injuria en favor del respeto y la comprensión mutua. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad más justa e inclusiva.