Un encuentro de la Superliga china entre los equipos de Pekín y Shanghái.

El fútbol chino se encuentra en una encrucijada. El capitán de la selección nacional, Zhang Lipeng, declaró recientemente su intención de abandonar el equipo tras un empate con Singapur, un país con una población de solo cinco millones de habitantes en comparación con los 1.4 mil millones de China. «Es momento de dejar la selección nacional. Ni siquiera podemos ganar a Singapur. Es inaceptable, es humillante», afirmó Zhang. Esto fue, sin lugar a dudas, un golpe humillante para China, sin embargo, no es la primera vez que el equipo nacional de fútbol se enfrenta a la humillación.

A lo largo de las últimas décadas, la selección china de fútbol ha sufrido varias derrotas humillantes, incluyendo pérdidas contra Uzbekistán y una Siria devastada por la guerra. Muchos debaten si la reciente «derrota» contra Singapur es la más humillante en la historia del fútbol chino. Sin embargo, existe un consenso generalizado de que la derrota 1-5 contra Tailandia, que resultó en el despido de José Antonio Camacho, fue una de las más humillantes.

El fútbol chino se enfrenta a una serie de problemas que van más allá de sus actuaciones en el campo. Recientemente, la cúpula de la Asociación Nacional de Fútbol fue condenada por corrupción. Su expresidente, Chen Xuyuan, fue nombrado en 2019 para limpiar una organización con una pulsión al latrocinio y ha recibido recientemente una cadena perpetua por embolsarse millones de euros en sobornos. Se espera la condena de Li Tie, exseleccionador nacional, por comprar partidos. Estos escándalos, junto con los pobres resultados en la cancha, han llevado a un sentimiento de desolación entre los seguidores del fútbol chino.

Uno de los mayores seguidores del fútbol en China es el presidente Xi Jinping, quien a menudo es fotografiado pateando balones y asistiendo a partidos juveniles. En 2016, el campeonato de fútbol chino gastó cerca de 300 millones de dólares en fichajes, más que la suma de las cinco mayores ligas europeas. China tenía la intención de convertirse en la sexta liga del mundo, y grandes empresas del país comenzaron a invertir en clubes europeos y a atraer a jugadores y entrenadores extranjeros como Antonio Conte, Oscar y Ramires.

Sin embargo, esta estrategia ha llevado a una situación en la que entre el 70 y el 80% de los 180 millones gastados por la Superliga en 2019 se destinaron a salarios de jugadores, la mayoría de los cuales fueron a parar a las cuentas bancarias de la minoría extranjera. Esta situación insostenible llevó al gobierno a intervenir, imponiendo impuestos a la contratación de jugadores extranjeros y limitando su presencia en los equipos.

La crisis del fútbol chino se ha visto exacerbada por la crisis del ladrillo y la pandemia de COVID-19. Con los estadios vacíos y las empresas de construcción incapaces de financiar a los equipos, el fútbol chino se encuentra en una situación precaria. Un ejemplo de esto es el Guangzhou Evergrande, un equipo que ganó siete títulos nacionales seguidos y dos campeonatos asiáticos en tres años, pero que ahora está en camino a su liquidación tras ser acusado de fraude.

Desde la aprobación de los 50 puntos de la hoja de ruta para mejorar el fútbol chino, la selección nacional ha caído del puesto 81 al 88 en la clasificación global. Sin embargo, a pesar de estos desafíos, los aficionados continúan acudiendo a los estadios y mantienen viva la esperanza de un futuro más brillante para el fútbol chino. A pesar de su intención inicial de renunciar, el capitán Zhang Lipeng anunció dos días después que continuaría en el equipo, lo que demuestra que en el fútbol, siempre hay una nueva oportunidad para redimirse.