La reciente ronda de cuartos de final de la Champions League ha dejado un reguero de equipos eliminados, entre los que se encuentran el Barcelona, el Atlético de Madrid, el Arsenal, el Mono Burgos y el Manchester City. Cada eliminación tiene sus propias explicaciones, algunas más comprensibles que otras. Sin embargo, esta ronda letal ha reforzado una de mis teorías futbolísticas. Según esta teoría, todo lo que ocurre antes del minuto 70 del partido de vuelta tiene una importancia relativa y nada de lo que suceda antes de ese minuto es definitivo.
En la mayoría de los casos, los equipos llegan al minuto 70 del partido de vuelta con una ventaja de un gol o una desventaja de un gol. La clave es reservar energía para ese momento y no distraerse con los fuegos artificiales que pueden suceder antes. Ya seas futbolista, entrenador o aficionado, es fundamental mantener la concentración hasta el final.
Un ejemplo de esto fue el partido de ida entre el Real Madrid y el Manchester City. A pesar de los goles, las remontadas y las contrarremontadas, insistí en recordar a mis compañeros que hasta el minuto 70 de la vuelta, todo es simplemente folclore.
Una vez que los fuegos de artificio se apagan y la verdad comienza a revelarse, nada es más importante en el fútbol que saber encajar los golpes y acertar con el mazo. Dependiendo del resultado, construimos los relatos que sean necesarios. Según el resultado, se escribe el presente y se construye el pasado.
Todos los equipos tuvieron sus oportunidades para ganar y perder, pero es difícil aceptar que todo, o casi todo, depende de un instante crucial en el área. Sin embargo, es nuestra tarea como periodistas contar estos momentos de manera atractiva y estirar la narrativa tanto como sea posible.
Personalmente, creo que una de las peores cosas del fútbol es que los protagonistas se ven forzados a explicarlo. Cada uno puede elegir su propia aventura. Por ejemplo, en el Barcelona, cuando pierden, es evidente que cada jugador tiene su propia versión de los hechos. Xavi elige un camino y Gündogan opta por otro.
Por último, a veces pienso que sobreexplicamos el fútbol. A pesar de la necesidad de disfrutarlo en su sencillez, hay tanto en juego (tanto monetario como no monetario) que intentamos racionalizar lo que a menudo es irracional. En el pasado, cuando se agotaban los argumentos, recurríamos a supersticiones o milagros. Hoy en día, esa brecha la está llenando la nueva religión de los datos. Aunque es cierto que el fútbol sigue escondiendo una parte del camino al éxito, ese misterio es precisamente lo que lo convierte en un deporto único y extraordinario. Aunque también es lo que nos hace sufrir tanto, por favor, no lo perdamos.