Se está conmemorando la cuadragésima efeméride de la partida de España del Sáhara Occidental, un conflicto que aún perdura, dejando a decenas de miles de refugiados sin una solución viable para encontrar un hogar. El 6 de noviembre se marca como el día en que la prensa y otros medios de comunicación recuerdan este capítulo histórico que está intrínsecamente ligado a la historia de España.
Hace cuarenta años, la Marcha Verde marcó un hito en la historia del Sáhara Occidental, dejando un vacío de poder en la región que aún no se ha resuelto. Los saharauis, los habitantes indígenas del territorio, solicitaron la autodeterminación, anhelando la libertad en la tierra que siempre habían llamado hogar. Sin embargo, con la retirada de España, Marruecos vio una oportunidad para reclamar un territorio rico en yacimientos de fosfatos, considerados los más grandes del mundo.
En aquel entonces, las demandas de los saharauis no encontraron eco en un mundo dividido y polarizado en dos grandes bloques. Su lucha por la autodeterminación se convirtió en una zona de combate, un tablero de ajedrez para las potencias capitalistas y comunistas, donde sólo los habitantes del territorio saldrían perdiendo. La historia nos ha mostrado que, como en otros conflictos armados, una vez que la zona pierde interés en el escenario global, queda abandonada a su suerte.
Inicialmente, el territorio fue dividido entre Marruecos y Mauritania. Sin embargo, con el paso del tiempo, Mauritania se vio obligada a ceder su parte ante el Frente Polisario, una organización político-militar saharaui. Por su parte, Marruecos aseguró su control sobre los valiosos yacimientos de fosfatos mediante la construcción de un inmenso muro de 2.720 km, rodeado de búnkeres y minas antipersona, una barrera casi infranqueable para los saharauis que desean regresar a casa.
En 1988, las Naciones Unidas propusieron un acuerdo que fue aceptado tanto por el Frente Polisario como por Marruecos. Este acuerdo contemplaba la realización de un referéndum sobre la autodeterminación del Sáhara Occidental. Sin embargo, las disputas sobre quién tendría derecho a votar en dicho referéndum han postergado indefinidamente su realización. En los últimos años, el censo ha sido revisado varias veces, sumiendo a los saharauis en una incertidumbre perpetua.
Hoy en día, la situación se mantiene en un statu quo de calma tensa. Marruecos se niega a ceder su territorio y el Frente Polisario amenaza con retomar las armas. La comunidad internacional actúa como mediadora, pero, como es habitual, los avances prácticos son escasos.
Lo más preocupante de esta situación son los grandes olvidados: las miles de familias saharauis (entre 80.000 y 165.000 personas) que viven en campos de refugiados en medio del desierto. Estas personas sobreviven en condiciones de vida extremadamente duras. Los más jóvenes, que ya representan la tercera generación en estos campamentos, están creciendo en lo que un día fue su hogar, el desierto. Sin embargo, las fronteras artificiales impuestas por las potencias extranjeras han convertido este hogar en una prisión de la que no pueden salir. Y si logran hacerlo, es probable que se vean obligados a emigrar a Europa, la misma tierra que un día dividió su hogar en pedazos.