Griezmann dispara junto a Dimarco, este miércoles en Madrid.

El fútbol vive y respira en el filo de la espada, donde la fe y la razón se entrelazan en un baile constante. En esta danza, el Club Atlético de Madrid exhibió una fe inquebrantable y una razón lúcida en su enfrentamiento con el Inter de Milán, uno de los mejores equipos de Europa, para superar su racionalismo. El Atlético demostró que el Inter, a pesar de su formidable estadística, era simplemente otro rival que podía ser vencido con una combinación de surrealismo mágico y fe implacable. El portero esloveno Jan Oblak, cuya habilidad en las tandas de penales ha sido cuestionada en el pasado, se convirtió en la llave de la clasificación con dos paradas magistrales.

El equipo rojiblanco desplegó un desempeño impresionante. Primero, se libró de los complejos, atacando al rival sin importar las circunstancias. Supo reponerse al golpe anímico de verse atrás en el marcador y al borde del abismo, gracias a un gol de Antoine Griezmann, levantándose a tiempo para llevar al Inter a la prórroga. En esta prueba de fuerza y resistencia, también destacó la figura de Memphis Depay, un alborotador nato.

En una noche electrizante, el Estadio Metropolitano se convirtió en un hervidero de pasión y fervor, manteniendo vivo el espíritu del antiguo Vicente Calderón. El Inter, considerado como el equipo más en forma de Europa, llegaba a la vuelta de octavos con todas las ventajas. Pero el equipo madrileño, apoyado por su afición, se negó a rendirse y luchó hasta el final, reflejando el espíritu de las grandes noches europeas del pasado.

El director técnico Diego Simeone realizó cambios estratégicos en la defensa, alineando a Stefan Savic y Griezmann desde el inicio. Griezmann, en particular, demostró ser un recurso imprescindible para reorientar la eliminatoria. A pesar de empezar fuera del pentagrama que exigía una sinfonía perfecta, el Atlético demostró que no era un boxeador inerte. Finalmente, fue Griezmann quien acalló las preguntas con un gol salvador que demostró que el Inter era humano.

La revolución llegó de la mano de Memphis Depay, el señuelo perfecto. Un futbolista sin complejos que, primero probó el palo y después llevó al Atlético a la prórroga con una exquisitez, demostrando que los cambios de Simeone habían funcionado. Los ‘colchoneros’ quisieron revertir el relato en el arranque de la segunda mitad.

Las prórrogas son siempre un desafío, exponiendo a los equipos a un examen adicional después de un juego agotador. Es una carrera sin oxígeno solo apta para los que soportan en las piernas el miedo al error tardío. Es en estos momentos cuando el papel de los porteros se vuelve crucial, y Oblak demostró por qué es uno de los mejores en su posición.

En la tanda de penales, Oblak se consagró como el héroe del Atlético. Un pelotón de fusilamiento donde el débil es el que dispara. Un suicidio en directo que coronó a los rojiblancos con Oblak como el gran protagonista de esta vida tan difícil que es ser del Atlético. Al final, el Atlético demostró que con fe y razón, incluso los gigantes pueden ser derrotados.