Las ciudades están cambiando y es gracias a los pequeños «hoyos» excavados en la base de los árboles, conocidos como alcorques. Estos espacios, que retienen agua para los árboles, están siendo valorados como mini islas de biodiversidad en el corazón de las ciudades. Un creciente número de ciudades en España, incluyendo Girona, Alicante, Huesca, València, Zaragoza, Vigo, Oviedo, Santander, Palma y Ponferrada, están adoptando la estrategia de renaturalización urbana, la cual implica abandonar el uso de pesticidas y permitir que la flora y fauna nativa se recupere en cada rincón de las ciudades.
Aunque la iniciativa de no «limpiar» estos espacios ha provocado controversia y críticas, los biólogos y grupos conservacionistas argumentan que esto humaniza el entorno urbano. La pandemia, con la ausencia de personas en las calles, ha permitido una explosión vegetativa en estos espacios, lo que ha llevado a la recuperación de insectos e invertebrados, especies que habían estado en declive.
Productos cancerígenos como el glifosato, un potente herbicida que Bruselas ha estado vigilando de cerca, han sido abandonados, beneficiando tanto al medio ambiente como a la salud humana. Ciudades como Nantes, París, Gante y Ámsterdam llevan años dejando crecer y no eliminando con ningún producto químico o ecológico lo que crece bajo los árboles, estableciendo un ejemplo a seguir.
En Girona, por ejemplo, el equipo de gobierno municipal decidió actuar de manera selectiva en la eliminación de hierbas silvestres solo en caso de que afecten a la movilidad, la visibilidad vial o el patrimonio histórico. En València, la concejalía de Ecología Urbana lanzó en 2018 la iniciativa ‘Adopta un escocell’ (adopta un alcorque).
La recuperación de miles de alcorques vacíos con especies arbóreas más sostenibles y resistentes es una de las máximas en los nuevos diseños paisajísticos municipales. Pero también se está observando una mayor sensibilidad ambiental con el aumento de las dimensiones de los espacios reservados para nuevas plantaciones en ciudades como Barcelona o Las Palmas.
Los expertos en paisajismo coinciden en que los ejemplares de gran tamaño como plátanos, moreras o palmeras se sitúan en espacios demasiado pequeños, lo que impide la expansión de las raíces y una correcta sujeción. Además de mejorar la estética urbana, los árboles y la vegetación que se desarrolla a su sombra son aliados frente a los efectos del cambio climático. Retienen el polvo entre sus hojas, algunos absorben grandes cantidades de dióxido de carbono, humedecen y oxigenan el ambiente.
La Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) subraya que los entornos urbanos albergan una riqueza natural (aves, murciélagos, invertebrados, y vegetación) que es necesario conocer, proteger y fomentar. La biodiversidad urbana juega un papel esencial en el funcionamiento de los ecosistemas y los servicios que ofrecen a los ciudadanos, como la resiliencia frente al cambio climático, la prevención frente a plagas y enfermedades, el ocio o la mejora de la salud y el bienestar.
Las ciudades pueden jugar un importante papel en la conservación de la biodiversidad. Por ejemplo, algunas especies comunes que tradicionalmente han convivido con el hombre en pueblos y ciudades, como el gorrión común, la golondrina común o el vencejo común, están experimentando declives significativos.
Finalmente, los expertos en la batalla contra las inundaciones por lluvias torrenciales recomiendan cambiar la planificación urbanística con soluciones basadas en la naturaleza. Reclaman alcorques estructurales que permiten el crecimiento de las raíces y el almacenamiento temporal de las escorrentías con materiales porosos. En definitiva, la renaturalización de las ciudades es un paso más hacia la sostenibilidad y la conservación del medio ambiente.