Cambio climático: un desafío global creciente que amenaza nuestros ecosistemas y modos de vida. Está aumentando la frecuencia, duración, y severidad de las sequías en todo el mundo, un hecho respaldado por un amplio consenso entre la comunidad científica. Las proyecciones climáticas futuras predicen sequías diez veces peores que las actuales en el futuro cercano.
España no es ajena a esta situación. De hecho, es el segundo país con más estrés hídrico de Europa y con el 75% de su territorio en riesgo de desertificación.
Situaciones extremas de sequía ya se están viviendo en algunas zonas del planeta. Un ejemplo es el suroeste de los Estados Unidos, que se encuentra atrapado en una ‘megasequía’ que ya dura 23 años y que es la peor de los últimos 1.200 años.
La megasequía se define como una crisis climática continua para los ecosistemas naturales, los sistemas agrícolas y los recursos hídricos humanos. Sin embargo, la comprensión del fenómeno aún es limitada.
Los científicos alertan que situaciones como esta se volverán cada vez más frecuentes si no se logra frenar el calentamiento global mediante la reducción drástica de la emisión de gases de efecto invernadero.
Investigaciones en curso en la Universidad de Virginia Occidental (WVU) están estudiando este evento climático extremo utilizando observaciones de redes existentes de estaciones de instrumentos científicos en toda la región.
Estos datos deberían ayudar a identificar dónde las condiciones climáticas extremas han agotado las aguas subterráneas y la humedad del suelo, y qué especies vegetales de tierras secas han sido las más afectadas.
El término ‘tierras secas’ se refiere a áreas donde la disponibilidad de agua limita la salud de los ecosistemas. «En Virginia Occidental hay mucha agua, pero en Utah, por ejemplo, hace mucho calor y está muy seco. Y la salud de la vegetación está determinada por la cantidad de agua que hay en el suelo y en el aire», señala Steve Kannenberg, investigador de la WVU.
Un foco importante de la investigación es la captura de carbono. Kannenberg está combinando datos de anillos de árboles con mediciones de humedad del suelo, aguas subterráneas y flujos de ecosistemas a través de las denominadas torres de flujo de covarianza de remolinos.
«Se puede cuantificar cuánto carbono ingresa a la vegetación desde la atmósfera cuando las plantas realizan la fotosíntesis durante el día y, de la misma manera, cuánto carbono se expulsa a la atmósfera durante la noche, porque los ecosistemas respiran como lo hacemos nosotros», explica Kannenberg.
La previsión es que las megasequías aumenten en frecuencia y gravedad en las próximas décadas. Los datos sintetizados por Kannenberg pueden ayudar a informar a los investigadores sobre otros biomas tanto de tierras secas como de las no secas.
Las observaciones de Kannenberg coinciden con los resultados de un estudio publicado hace dos años en ‘Nature Climate Change’ por un equipo de investigadores liderado por Park Williams, de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA).
En los paisajes occidentales, al haber mucha menos vegetación se almacena menos carbono. La disponibilidad de agua es inconsistente e impredecible, y la cantidad de carbono que la vegetación occidental puede absorber cada año varía significativamente. En los años de sequía todo indica que se absorbe poco carbono.
«Los estudios muestran que los ecosistemas de las tierras secas en particular son importantes para determinar cuánto carbono es absorbido por toda la superficie de la Tierra a nivel mundial», subraya Kannenberg.
Kannenberg asegura que hay varias acciones de gestión disponibles para ayudar a mitigar algunos de los impactos actuales y prepararse para los que vendrán. A medida que el planeta se calienta, la atmósfera se vuelve más seca, acelerando futuras sequías y creando un círculo vicioso.
«Históricamente, las megasequías son algo muy raro, pero ha habido varias a lo largo del tiempo y se volverán más frecuentes y más graves en el futuro», alerta Kannenberg.