los prejuicios contra España entre los historiadores extranjeros

Desmontando prejuicios: La historia de España en la mirada de los Estados Unidos

En una reciente entrevista con ABC, el profesor emérito de la Universidad John Hopkins, Richard Kagan, reflexionó sobre la comprensión de la historia de España por parte de los Estados Unidos y Gran Bretaña. Kagan, reconocido desde hace décadas como uno de los grandes especialistas en la historia moderna de España, recordó cómo durante su doctorado en la década de 1960, bajo la tutela del prestigioso John Elliot, se le preguntaba, a menudo con prejuicios, por qué había decidido estudiar la historia de España.

La pregunta solía ir acompañada de un desconocimiento y desconsideración hacia la contribución de España a la civilización a lo largo de la historia. Kagan siempre se mostró sorprendido ante esta actitud y aprovechó la ocasión para desafiar estos prejuicios, recordando la larga tradición imperial de España que se extendió durante tres siglos hasta el siglo XIX. Además, señaló que fue en Cuba donde España ganó más dinero en un siglo gracias a la esclavitud y el azúcar, que todos los beneficios obtenidos de la plata de Potosí en México en los siglos anteriores.

La historiografía de España en los Estados Unidos

La historia de España no comenzó a ser estudiada en detalle en los Estados Unidos hasta 1826, cuando William Prescott inauguró esta rama de la historiografía. Antes de él, ningún estudioso norteamericano había utilizado documentos originales para escribir sobre la historia de cualquier otra nación que no fuera la propia. Prescott se destacó por su intento de evitar caer en polémicas y repetir las opiniones de sus colegas. En lugar de eso, solicitó copias de muchos manuscritos originales al Archivo de Simancas y al Archivo General de Indias, entre otros, y sus libros sobre los Reyes Católicos y las conquistas de Perú y México fueron muy exitosos.

No obstante, hubo que esperar hasta finales del siglo XIX para que otros investigadores estadounidenses comenzaran a interesarse por estos documentos originales. Sin embargo, esto no libró a los historiadores anglosajones de prejuicios a la hora de estudiar la historia de España. Según Kagan, aunque Prescott intentó comprender y no condenar a España, en sus tesis también había cierta moral de la época. Defendió la idea de que, tras las grandes hazañas en la conquista de América a principios del siglo XVI, España desaprovechó la oportunidad de modernizarse como nación, debido a la monarquía absoluta de Carlos V y a la intolerancia de la Inquisición.

La Leyenda Negra y la imagen de España en Norteamérica

La visión de Prescott sobre la correlación entre la decadencia de España y el progreso de América, que Kagan denominó «el paradigma de Prescott», tuvo una gran influencia entre los hispanistas durante casi dos siglos. A principios del siglo XIX, la imagen de las proezas de los españoles en Norteamérica estaba teñida por la Leyenda Negra, que había sido popularizada por los protestantes holandeses e ingleses durante el siglo XVI.

Esta Leyenda Negra, según explica Kagan, presenta a los españoles como bárbaros fanáticos con una codicia insaciable de oro. Otra variante de esta leyenda describe a la sociedad española hundida en la decadencia, gastando la plata extraída de las minas de las Indias en monasterios y guerras religiosas, sin preocuparse por invertir productivamente en el comercio.

La antipatía del joven Estados Unidos hacia España, a pesar de la ayuda que había recibido de los españoles para lograr su independencia, le debía mucho a los británicos. El historiador escocés John Campbell hizo un retrato bastante negativo de España en sus obras publicadas a mediados del siglo XVIII, y William Robertson enfatizó la supuesta indiferencia de los españoles hacia la agricultura y el comercio, así como el «enorme y costoso tejido de su estamento eclesiástico, que retrasó considerablemente el progreso de la población y la industria».

Los historiadores estadounidenses a menudo repetían estas observaciones, añadiendo algunas de su propia cosecha. Por ejemplo, el libro ‘American Universal Geography’ (1793), de Jedidiah Morse, enseñó a varias generaciones de jóvenes estadounidenses que los españoles eran «fanáticos católicos» sometidos a una «monarquía despótica», gente indolente y perezosa dada a la «práctica de todos los vicios». Otros añadían que eran «una raza pobre, perezosa, holgazana e ignorante de gentes medio salvajes».

A principios de la década de 1820, poco antes de que Prescott hiciera su aparición en escena, algunos escritores de la escuela romántica ayudaron a suavizar esta imagen negativa. Washington Irving y Henry Wadsworth, aunque críticos con España y sus instituciones, tuvieron una disposición favorable hacia nuestro país y sus habitantes, con una visión exótica y pintoresca de la sociedad rural española aún medieval e influenciada por los árabes.

La idea que Prescott tenía de España debía ser similar. Sin embargo, a diferencia de otros, este primer hispanista consideraba que el pueblo español había sido valiente y próspero, pero más tarde se había convertido en una víctima de los desastrosos efectos del absolutismo monárquico y el catolicismo romano.

El legado de Prescott y los prejuicios en la historiografía

En su artículo, Kagan advierte que a pesar de todas estas simpatías por España, Prescott no podía evitar los prejuicios protestantes de su tiempo. Creía que España tenía dos defectos profundos de los que Norteamérica estaba exenta. Uno era el catolicismo, cruelmente manifestado en la Inquisición que sus venerados héroes, los Reyes Católicos, habían contribuido a crear. La otra enfermedad mortal de España fue el absolutismo monárquico, cuyos defectos inherentes se manifestaron menos en los Reyes Católicos que en sus sucesores Habsburgo, muy especialmente en Felipe II.

Según Prescott, la España medieval había tenido «instituciones libres», «formas de gobierno liberales y equitativas», «independencia de carácter», «elevado entusiasmo» y «patriotismo». Sin embargo, a lo largo del siglo XVI, la monarquía de los Austrias, ayudada por la Inquisición, conspiró para aplastar las antiguas «libertades» y crear un inmenso abismo entre el continente americano y la nación que había ayudado a descubrirlo. La supuesta ausencia de esta libertad al llegar el absolutismo había traído el atraso económico, el estancamiento intelectual, la debilidad política y la decadencia moral, todo ello mezclado con pereza y corrupción.

En su ‘Historia del Reinado de Felipe II’, que dejó incompleta al fallecer en 1859, Prescott explicaba: «Doblada bajo el ala oscura de la Inquisición, España se cerró a la luz que en el siglo XVI amaneció para el resto de Europa, estimulando a las naciones a mayores empresas en cada parcela del saber. El genio del pueblo fue reprimido, su espíritu tronchado, bajo la influencia maligna de un ojo que jamás se cerraba, de un brazo invisible siempre alzado para el golpe. ¿Cómo podía haber libertad de pensamiento donde no había libertad de expresión? En todos los sentidos, el espíritu español estaba encadenado».